En el marco de su residencia en TEOR/éTica, REUNION presenta una exposición que reúne a diecisiete artistas alrededor del vasto y poroso campo de la botánica—no como una disciplina científica fija, sino como una constelación de historias, relaciones y actos de atención. Las obras presentes se acercan a las plantas no como especímenes pasivos sino como colaboradoras, testigos, portadoras de memoria y, a veces, como un otro cuya presencia resalta las limitaciones del conocimiento humano. Lo que emerge en esta muestra es un paisaje botánico moldeado por prácticas decoloniales, gestos narrativos, intimidades especulativas y el reconocimiento de que la vida vegetal desborda cualquier intento de clasificarla.

La botánica, históricamente entrelazada con la expansión colonial, los impulsos clasificatorios y los deseos extractivos, es aquí reformulada en reversa—lo que algunos pensadores llaman la Botánica Oscura. Esta es la botánica de lo que ha sido pasado por alto y ocultado deliberadamente: epistemologías indígenas desplazadas por la ciencia imperial, tránsitos vegetales disfrazados de “expediciones” y archivos vivos de resistencia guardados en semillas, raíces y usos vernaculares. Los artistas visitan e interpretan estas historias, proponiendo otras genealogías para el conocimiento vegetal—unas arraigadas en la reciprocidad, la observación situada y formas corporales de relación.

Una pregunta recurrente atraviesa muchas de las obras: ¿por qué miramos a las plantas? ¿Qué buscamos en sus formas, ritmos y texturas? Tal vez buscamos orientación, metáforas, continuidad espiritual, advertencias ecológicas—aunque nuestra mirada siempre está atravesada por narrativas culturales, marcos científicos y deseos personales. En estas piezas, el acto de observar plantas se vuelve tanto un gesto estético como político, revelando los sesgos, anhelos y estructuras de poder incrustadas en la forma en que vemos.

Pero además, surge una posibilidad más sutil: que las plantas nos devuelvan la mirada. No con ojos, sino con otras formas de atención: lenguajes químicos, sensibilidades de raíz, una percepción distribuida por los tejidos de la materia viva. Su mirada no es acusatoria, sino constante, antigua, pausada. Encuentra la nuestra con una paciencia vegetal que nos recuerda que los humanos somos solo una historia entre muchas. Varias obras habitan este espacio especulativo, imaginando formas de conciencia vegetal que desafían el lente antropocéntrico. En estos encuentros, el espectador percibe una presencia al otro lado, una opacidad que resiste la traducción, pero que invita a la humildad y la curiosidad. Recordándonos que la relación no es unidireccional sino recíproca.

A lo largo de la exposición, la narrativa se vuelve una metodología vital, que en vez de romantizar la vida vegetal, reconfigura nuestra proximidad a ella. La narración, arraigada en la memoria cultural, la ficción, los saberes ancestrales y el estudio ecológico, se convierte en una forma de aproximarnos a los sujetos botánicos sin reclamar su posesión. Estas narrativas abren caminos hacia afectos interespecie, comprensiones interculturales y formas más éticas de convivencia con el mundo vegetal.

En el contexto de la creciente crisis ecológica, estas conversaciones adquieren una urgencia inevitable. Las plantas son de nuestras compañeras más antiguas en la Tierra, y aun así sus futuros se vuelven cada vez más frágiles. Las obras expuestas nos recuerdan que mirar plantas es también mirarnos a nosotras mismas: nuestras tramas, nuestras responsabilidades, nuestros cuidos. Al reconsiderar cómo vemos y cómo somos vistos, empezamos a habitar la botánica no como una disciplina extractiva, sino como un espacio compartido de posibilidad.