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400 metros al norte del kiosco del Morazán
Reflexiones sobre la figuración del Lugar
21 junio – 04 agosto 1999
Curaduría: Virginia Pérez-Ratton y Ana Tiscornia
Para comunicarse y luego establecer relaciones con los otros, es preciso un entendimiento a nivel de códigos. El primero y más obvio es la lengua común a dos personas, pero no basta. El asunto es en realidad mucho más complejo. Y para entrar en el ámbito de las prácticas artísticas, como en toda otra práctica humana, existen también toda una serie de códigos y claves, dados por diversas instancias, para su plena comprensión. Que se trate de una pieza prehispánica, de manuscritos islámicos, de máscaras de Oceanía, de figuras religiosas góticas, o de arte contemporáneo, todo posee una lectura light y una lectura profunda, posible mediante el conocimiento del código. Muchas piezas de museo se perciben únicamente a través de su carga estética, vaciándolos de su sentido intrínseco. Es una de las razones por las que el interés y la eventual comprensión de aquellos objetos o propuestas cuya estética no entre dentro de los parámetros usuales resulta limitado y hasta conflictivo por aspectos de orden retinal, de igual forma que sucede con el aspecto físico de una persona que no se integre dentro de las clasificaciones estéticas aceptadas como valores o impuestas por el gusto.
En una época en que el arte se consume como una hamburguesa—fast food, fast art—este tipo de consideraciones no tienen importancia. Lo importante es haber estado allí, en el museo, aunque se haya consumido la exposición sin haberse enterado de ella. Son pocos los visitantes de las mega-exposiciones tan en boga actualmente que se hayan tomado la molestia de documentarse sobre el artista de turno, sea un maestro clásico o un artista reciente. Lo importante no es entrar a manejar su código, sino tener prueba de la visita—una camiseta, un calendario, y en el mejor de los casos, un catálogo que no se lee pero que adorna la mesa de la sala. Y cuando algo no se comprende a primera ojeada, lo más sencillo es el rechazo o la burla.
Dentro de las relaciones humanas, esto sucede de manera similar, y lo mismo puede aplicarse al conocimiento del Lugar. La verdadera aceptación y el conocimiento del Otro pasa por la indagación del código y por la negociación personal del entendimiento, más allá de la inmediatez de lo evidente. A partir de bases comunes de comunicación, se debe particularizar lo propio para trascender la relación o el conocimiento light de las personas y de los sitios. Así como acercarse a un período determinado de la historia del arte para conocerlo profundamente implica la documentación, el estudio y la observación, el integrarse a un nuevo entorno obliga a la comprensión de sus particularidades, de lo local. Ser forastero implica no solo venir de otro lugar, o presentar características físicas diferentes, significa además no haber descifrado el código para poder integrarse al nuevo medio, el no conocer el Adónde.
Usualmente, uno de los primeros reflejos al llegar a un nuevo destino es el de mirar y estudiar un plano de la ciudad para ubicar sitios, determinar lugares y establecer, a partir de una cartografía preexistente, un plano mental donde se “ve” el sitio donde se vive, donde se trabaja, recordar el restaurante donde se comió agradablemente, el parque donde se caminó bajo los árboles, el mercado donde se deambula y el medio de transporte que se debe tomar. Esto se origina en las convenciones universales, los acuerdos globales para definir el espacio geográfico y político y ubicar los lugares del mundo mediante mapas y planos.
Sin embargo, el costarricense y sobre todo el josefino, posee un lenguaje propio y único—un código local—para determinar la ubicación de sus puntos de encuentro, y la noción de calles y avenidas es absolutamente abstracta para la gran mayoría de los ciudadanos (1), quienes se orientan de otra manera, muy propia, y los sitios adquieren su existencia a partir de referencias conocidas únicamente por los habitantes de cada ciudad del país (2). El no saber dónde estuvo el “antiguo higuerón” en San Pedro, por ejemplo, cuál es la casa de Matute Gómez o la de Pepe Figueres, equivale a no poder jamás llegar a ninguna dirección que parta de ese punto. Don Paco Amighetti vivió “50 metros al norte de la Mejoral” y el Centro Cultural Español se encuentra simplemente “frente al Farolito”. O por ejemplo, quien escribe tiene como señas en su recibo de luz “600 metros al este de la Ermita de Guayabos, casa mano izquierda, no se ve. En su primer año de residencia en Costa Rica, Carlos Capelán vivió con su familia en Avenida 1, #1349, entre Calles 11 y 15. Pero la “dirección exacta”, tal y como se la pedían los josefinos era en realidad “50 metros al oeste de la Asamblea Legislativa” o si se transitaba desde el otro lado se convertía en “30 metros al oeste de Bansbach”. También es notoria la flexibilidad de las medidas, pues las cuadras en San José, producto del antiguo trazado, tienen 100 varas de largo (alrededor de 80 metros). Al unificar todas las diversas medidas utilizadas, producto de influencias de varios orígenes, hacia el sistema métrico hace unos años, estas cien varas se convirtieron en 100 metros sin el menor problema, solucionando de manera muy práctica una conversión que hubiera resultado en direcciones aún más complicadas.
Existen ciertamente algunas referencias básicas, universales y visibles como Iglesia o Escuela, pero son las menos y pareciera que lo más entretenido es servirse de bares, pulperías célebres como La Luz, farmacias desaparecidas—las famosas “boticas”—o casas de difuntos ilustres, para iluminarle el camino al desorientado viajero, suponiendo que este ya haya podido determinar dónde está el norte, pues los ticos tienen la sorprendente capacidad de ubicar los puntos cardinales en cualquier lado. Obviamente, las referencias cruciales desde donde el costarricense se inventa día a día su cartografía son totalmente desconocidas para el forastero. La proverbial indisciplina del tico (*) adquiere en este caso el carácter de estrategia, en la cual se refleja la inventiva como uno de sus rasgos identitarias.
Resulta fácil descubrir quién es local y quién no lo es, y quién se ha integrado en el lenguaje propio del país, pues este se caracteriza por la manera de indicarle al amigo cómo llegar a su casa. Además, y esto es sumamente interesante, las indicaciones no son absolutas, y el tico las adapta según de dónde transite el interesado: un raro caso en que la derecha se convierte en izquierda dependiendo de si viene del norte o del sur. Y una dirección se dará hacia el este o el oeste también en relación al sentido de las vías. Es una de las características costarricenses más interesantes y complejas, que define al local de manera inconfundible y preserva un código que requiere de un esfuerzo particular para ser manejado de manera eficaz cuando se es extranjero y por lo tanto para integrarse al país.
Esto representa además un indicativo de una memoria colectiva ausente en muchos otros ámbitos de la cultura costarricense. Es preciso recordar lo destruido para ubicar un presente, y las nuevas generaciones se ven obligadas a referirse a lugares desaparecidos desde el tiempo de sus abuelos para integrarse al lenguaje de sus congéneres. De otra manera, permanecen dentro de un grupo particular, que paulatinamente se extranjeriza por esta y otras razones.
Carlos Capelán, uruguayo, viajero incansable, fue marcado muy joven por sus experiencias fuera de su país. Luego residió en Suecia desde 1973, hace tres años se instaló en Costa Rica y ahora se dirige a Santiago de Compostela con su familia. Es permanente en Capelán la voluntad de inserción y el acercamiento a una comunidad, desde sus relaciones con el marquetero o el dentista, hasta el guardia del barrio y los comerciantes. Moraviano de adopción, en gran medida ha dejado de ser forastero en San José, y yo diría que en Costa Rica: ha asumido como suya la dinámica de descubrir y conocer las referencias locales en diversos puntos del país para poder situar el ansiado lugar de llegada. Y en absoluta coherencia con su propia forma de ser artista, esta manera de circular en Costa Rica ha provocado reflexiones en torno a las relaciones humanas, a los acuerdos y entendimientos sociales, pero también en cuanto al arte, a la pintura, a la figuración, a la abstracción.
Como exposición inaugural de TEOR/éTica, que a la vez es su despedida de Costa Rica, Capelán ha querido integrar al asunto pictórico una sonrisa cómplice de quien ha logrado conjurar el misterio de la cartografía local. Una estructura pintada—sí, es de pintura que se trata la cosa—casi como una grilla, directamente sobre las paredes, interviene de manera total el espacio, utilizándolo como un amplio soporte para una pieza que se descifra como pintura, con códigos entremezclados con lo social. Direcciones a la tica se inscriben en las paredes del espacio pintado, en el que una organización de espíritu conceptual y de corte minimalista se ve matizada por la sensualidad de una pincelada “clásica”.
La pintura, por definición un género cuyo acercamiento primero parte de lo retinal, es decir lo puramente visual inmediato, es en Capelán fuertemente mental. Y dentro del proceso de percepción y comprensión, ha integrado una gama de color y una estructura espacial aparentemente poco utilizada anteriormente por el artista—tonalidades brillantes y construcciones geométricas (3). Esto, para la lectura light mencionada anteriormente, funciona como un atractivo engaño; pero para quien busque adentrarse en la obra, tiene un objetivo que no aleja la obra reciente de Carlos Capelán de todo su trabajo anterior, en su mayoría dentro de la gama de los ocres y tierras, que a su vez también requieren un desciframiento adicional a la primera reacción provocada por las asociaciones obvias a este cromatismo apagado.
Capelán ha sido conocido sobre todo por sus instalaciones. Sin embargo, siempre ha sostenido que sus instalaciones se organizan de la misma forma que una pintura, con sus diversos planos de acercamiento, sus perspectivas y su forma de guiar al espectador en el recorrido de las piezas. Esta pieza, creada para el espacio de proyectos TEOR/éTica, es también un recorrido espacial, en el cual el artista rememora su conocimiento de una ciudad—por lo general plasmada visualmente en una trama, una grilla de cuadras, calles y parques—mediante la pintura, su propia pintura. Esa abstracción que es el plano de la ciudad de San José deviene una imagen, una figura, a través del lenguaje, de las direcciones escritas, integradas a lo pictórico.
Esta primera exposición del espacio de proyectos TEOR/éTica se inscribe dentro de una reflexión sobre el paisaje, el entorno y el territorio que nos proponemos continuar a lo largo de este año. TEOR/éTica se siente muy complacida de abrir su espacio de proyectos con la imagen del entorno físico de nuestra ciudad, interpretada de una forma tan pertinente al trabajo de Capelán y a la vez tan cercana a un modo de ser local.
Virginia Pérez-Ratton.
Directora TEOR/éTica
Mayo 1999.
- A pesar de que existe todo un sistema de damero, producto de la lógica, fácilmente comprensible y aplicable, en la cual las calles van de norte a sur, pares al oeste e impares al este, y las avenidas de este a oeste, igualmente divididas en pares e impares, el plano de San José no representa nada, está desprovisto de sentido si no se marcan unos cuantos puntos estratégicos. Según parece, durante la época republicana y hasta fines del siglo pasado, la nomenclatura de las calles fue variada en múltiples ocasiones. Este sería el aparente origen de la forma actual de dar direcciones, siendo al inicio una estrategia del pueblo costarricense para ubicarse en su ciudad ante la confusión y ambigüedad ocasionadas por la acción oficial.
- Comentaba Tatiana Lobo hace poco que ya desde la ápoca colonial se hablaba de “Costa Rica la ingobernable”, por lo que las declaraciones de nuestros políticos actuales sobre la crisis de ingobernabilidad no son nada nuevo.
- Sin embargo, el plano y la geometría han sido siempre parte esencial de la obra de Capelán, que se ha caracterizado por el agenciamiento y la organización del espacio. Su tendencia a trabajar, sobre todo en sus instalaciones, alrededor del concepto del habitáculo, del Lugar, prepara al artista para una especial percepción de la manera del Otro en manejar su entorno.
INFORMACIÓN
ARTISTAS: Carlos Capelán (Argentina, 1948)
SALAS: TEOR/éTica
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