2001

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ACERCA DE LA EXPOSICIÓN


Paisajes Esenciales

CURADURÍA: Virginia Pérez-Ratton

Noviembre 2001 – Enero 2002

Del fragmento a la esencia

Podría decirse que la obra de Luis Paredes es un ejercicio de la fragmentación que ha experimentado en carne propia, y que refleja la misma vida que ha llevado. El artista proviene de un tipo de entorno familiar que ha sido común en las últimas décadas del siglo 20: como consecuencia de los contextos de países como Nicaragua, Guatemala y el suyo propio, El Salvador, en las extensas familias, como espejos de los extremos políticos en que se ha vivido, es común encontrar desde guerrilleros hasta banqueros, desde poderosos terratenientes hasta líderes rebeldes, desde militares hasta poetas. Además, los complejos conflictos centroamericanos han producido una diáspora impresionante, cuyo componente más fuerte es de nicaragüenses, guatemaltecos y salvadoreños. Los movimientos migratorios han sido tanto en el seno de la castigada región como hacia los Estados Unidos y en menor medida hacia Europa. Luis Paredes, ahora residente en Dinamarca, nacido en una influyente familia de El Salvador, es testigo desde su infancia y adolescencia del desmembramiento de su entorno, de la ruina familiar, y experimenta muy temprano el choque entre su propio pensamiento social y el de una sociedad conservadora que protege sus intereses a toda costa. De niño emigra con su familia a Guadalajara, México, donde vive su adolescencia. A los catorce años comienza estudios en Inglaterra pero estos son interrumpidos pues a los dieciséis años es víctima por primera vez de la leucemia, lo cual afecta aún más su sensibilidad y percepción de la vida y de la muerte. Reside dos años entre San Diego y Boston en donde recibe tratamientos médicos. Después de recuperarse de un trasplante de médula se acerca nuevamente a El Salvador, estableciéndose en Guatemala donde trabajó—siendo aún muy joven—sobre todo, en aspectos logísticos para gestionar ayuda humanitaria a su país. En este proceso toma conciencia de una situación sin solución y del extremismo de ambos bandos en el conflicto de la región. Es en Guatemala en donde adquiere poco después alguna experiencia fotográfica documentando entre otras cosas los contrastes del conflicto en la región, y se inicia en la fotografía artística. Se traslada a Dinamarca en 1989 y es verdaderamente allí donde surgen sus primeros trabajos, que evidencian las marcas dejadas por la impresión de la violencia y la guerra, las cuales transfiere a figuras femeninas. Sus memorias de las mujeres esperando, esperando a hijos, esposos, amantes, para recibir la noticia de sus muertes, se convierten en las imágenes recurrentes en estas primeras obras, “Las Marías”, en las cuales mezcla su memoria personal y sus vivencias con elementos de la iconografía religiosa, una tendencia que fue muy común en Centroamérica en ese momento de inmolación general, y que la obra de Luis González Palma llevó al paroxismo hace unos años.

Junto con González Palma, Luis Paredes es uno de los primeros artistas de Centroamérica a experimentar con la intervención en la fotografía a fines de los ochenta y a distanciarse de la fotografía ortodoxa de corte más documental que prevalecía hasta entonces. A partir de esos años, otros artistas como Daniel Hernández han realizado trabajos importantes con referencias formales dentro de una línea similar. Las “Revelaciones” (años 93-94) constituyen un primer conjunto coherente en el cual cuerpos desnudos aparecían, solos o en pares, detrás de veladuras sepias, rayones y roturas, producto de una intervención directa sobre el negativo, produciendo imágenes alteradas, fragmentadas o difuminadas, reflejando una extraña violencia contra el cuerpo. Posteriormente, Paredes realiza las “Mutaciones”, en las cuales reconstituye cuerpos a partir de recortes de sus mismas fotografías, esta vez diáfanamente impresos sobre suaves fondos negros. Aquí la agresión es remplazada por la poesía que logra el contraponer las líneas redondeadas y sensuales de cuerpos generosos con el clásico corte rectangular de los fragmentos que componen el rompecabezas o más bien, el rompecuerpos.

Cuando Luis Paredes, al finalizar la guerra, regresa a El Salvador en 1993 a documentar el proceso de paz, es testigo del proceso de desminado, en donde por razones logísticas algunas de las minas fueron detonadas. Al acercarse el artista al lugar de la explosión, observa las flores de los campos que han saltado con el impacto, notando que aún están frescas, casi vivas, a pesar de estar calcinadas. La imagen que ve entonces Luis Paredes es la de su país, El Salvador, como un “jardín quemado”, y es el punto de partida para un nuevo período, que abarca desde la VI Bienal de La Habana (mayo 1997), hasta la 24º Bienal de Sao Paulo (octubre 1998), pasando por la Bienal de Venecia (junio 1997). Este momento corresponde a una etapa de mayor oscuridad y tristeza, coincidente con su recaída y hospitalización en Dinamarca, los trabajos se caracterizan por la superposición de fragmentos de fotografías de flores, que el artista procede a quemar de diversas formas, y a recomponer, en ocasiones virándolas al sepia y en otras dejándolas completamente monocromáticas. Este período culmina con el tríptico presentado en Sao Paulo, en el cual, además de una reconstrucción de la flor con sus pétalos quemados, es visible un corte en cruz progresivo hasta dividir la tercera pieza en cuatro fragmentos, en una alusión a las divisiones creadas por la intrusión del cristianismo en las poblaciones autóctonas y posteriormente por su influencia política.

Entre 1998 y 1999, la enfermedad, el tratamiento y la posterior recuperación consumen todo el tiempo y la energía del artista. Sin embargo, durante su período de restablecimiento, viaja a orillas del Báltico a descansar y empieza a tomar las fotografías que componen las dos series de “Paisajes Esenciales”, los cuales se exponen simultáneamente en TEOR/éTica, en Costa Rica y en Contexto, en Guatemala.

Estas fotografías, armadas en obras modulares, en donde cada una es el antecedente de la otra, son como “suites” de imágenes un tanto difusas, miradas sucesivas o fugaces de un horizonte eternamente plano que construye un paisaje cambiante a partir de las relaciones entre cielo y mar. Retoman la dinámica del artista de crear de una imagen a partir de fragmentos de otras, se articulan como la reconstitución de un imaginario personal que evoca sobre todo el fluir del tiempo pero que igualmente plasma su atomización en la memoria. El paisaje aquí deja todo dramatismo, es una decantación total de elementos hasta llegar a lo que lo define en primera instancia: su horizontalidad. Lejos estamos de las líneas abruptas y barrocas de los volcanes y valles centroamericanos, es la naturaleza más despojada y desnuda que se pueda imaginar: un horizonte vacío evocador, que divide el cielo del mar, una gama de grises cuya intensidad está determinada por esos instantes cambiantes que capta el artista durante varias semanas y que luego recorta y ensambla, alterando ya no la imagen física sino el concepto del tiempo en sí, al provocar una simultaneidad de atmósferas diversas en cada pieza. El “Currere Rutinarius” es una de las piezas donde se evoca con más fuerza el ir y venir de la luz en el tiempo, sus fragmentos verticales podrían repetirse tantas veces como minutos en el día. Obras como “Eco” adoptan su superposición cuadrangular que sugiere la onda expansiva de algún sonido proveniente de un punto lejano o los sucesivos cortes en la mirada. En todas ellas, el paisaje se reduce a su propia evocación. 

Los “Paisajes Esenciales” de Luis Paredes son al mismo tiempo su obra más conceptual y la más poética, uno de los conjuntos más logrados de toda su producción, y en donde el fragmento ya no es reflejo de una experiencia traumática, sino una experiencia modular del renacer. Es un recomenzar la vida a partir de una línea en el espacio infinito.

Virginia Pérez-Ratton.

INFORMACIÓN


ARTISTAS: Luis Paredes (El Salvador, 1966)

SALAS: TEOR/ética

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