2000

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ACERCA DE LA EXPOSICIÓN


Carlos Jinesta: El cuerpo del bosque

CURADURÍA: Santiago B. Olmo

FEBRERO – MARZO 2000

El cuerpo del bosque

(notas sobre los paisajes de Carlos Jinesta)

Santiago B. Olmo

La mirada fotográfica de Carlos Jinesta despierta una cierta turbación frente al paisaje, y desencadena una reflexión en la que se pone de relieve la dificultad y la complejidad de abordar el paisaje desde la representación y en contraste con la experiencia directa.

Los conceptos de naturaleza y paisaje configuran dos polos bien diferenciados de percepción del entorno natural, y resumen dos maneras de enfrentarse a ello. Por un lado el análisis se ocupa de la naturaleza como una estrategia de la apropiación, con resultados científicos y objetivos utilitarios, aborda un cuerpo inerte que se estudia y sobre él el pensamiento establece una teoría de los sentidos, del origen: evolución de la vida y lo vivo, compendiando las maneras de extraer recursos y beneficios, elaborando una física pero también una metafísica. Por otro lado la contemplación, como una extensión erótica de la mirada, se ocupa del paisaje, en un acto esencialmente ligado a las esferas de lo placentero, sin perseguir objetivos de utilidad práctica. El paisaje así pertenece al espacio de los sentidos y sobre todo al ámbito del placer, convirtiendo lo natural en un cuerpo vivo, capaz de despertar todas las pulsiones y las sensaciones de la piel y las vísceras de quien ejerza esa mirada.

Cada paisaje contiene una historia evolutiva definida por extrañas líneas de mestizaje vegetal y por la introducción y el asentamiento de plantaciones y cultivos, pero también depende de unas específicas condiciones meteorológicas y su percepción está condicionada por los ritmos, la velocidad y los cambios de luz. La fotografía de Carlos Jinesta aborda en la representación del paisaje la meticulosidad con la que operan estos particulares matices y los conduce a un nivel analítico de conocimiento, aunque en un estilo fotográfico que mantiene una estrecha relación con la narrativa. Una narrativa diferente a la construida por escritores costarricenses de este siglo, desde Carlos Luis Fallas a Joaquín Gutiérrez (1), y donde el paisaje permanece como un silencioso telón de fondo que se intuye a través de los nombres, sin asumir una épica que corresponde a mujeres y hombres, ni reflejar sus sensaciones, su experiencia o su mirada.

El trabajo fotográfico de Jinesta articula el relato de una experiencia personal concreta, de una vivencia, pero también configura el proceso de un conocimiento analítico, y puede ponerse al servicio tanto de una poética y de una novela como de un análisis de carácter científico. Al final ambos impulsos confluyen desde la experiencia personal en la construcción de una imagen de alto contenido erótico y simbólico que refleja en sus cambios la historia cotidiana de esos hombres y mujeres, en contacto y lucha con sus paisajes. Se trata de un “relato de paisaje” construido por la presencia o la ausencia del trabajo, delimitado por el carácter que imprimen el cultivo del café, las cercas, la tala de bosques para crear potreros, y la presencia incesante del árbol y su bosque mestizo.

En Costa Rica, donde la pluralidad de paisajes dentro de un territorio de reducidas dimensiones anula la posibilidad de un paisaje tipo, resulta extraordinariamente útil el recurso a la postal como género paisajístico de síntesis, para entender una mirada como la de Jinesta. La postal usualmente presenta imágenes nítidas y limpias, perspectivas generales, panoramas despejados, en tiempo claro y cielos azules e intensos, pocas nubes y un sol uniforme. Sirve para transmitir a distancia el recuerdo y las impresiones del viaje, sintetiza y simplifica.

Personalmente, siempre me ha gustado recibir postales en el correo, y por eso siguiendo un ritual personal, en cada viaje selecciono cuidadosamente las postales que deseo enviar a mis amigos. Hace años me gustaba enviar a mi propia dirección las postales que me habían impresionado más, sin mensajes ni firma, a veces con un dibujo. Las postales que más me interesan son las de paisajes.

La postal es un género aparte dentro de la representación, el más banal, pero a la vez uno de los más complejos, porque contiene muchos estratos simbólicos de significación: la postal como imagen y como objeto es un mensaje ya preparado. No necesita palabras, ni saludos ni recuerdos. Enviar una imagen es ya un acto significativo con el que se indica que hay recuerdo, deseo de compartir imágenes y lugares.

La postal está dirigida a la mirada del viajero, del extranjero o del forastero, del que no conoce bien la ciudad o el país. La postal construye una imagen al momento y enseña a dirigir la atención de una manera sintética, ya preparada y organizada, de un modo que no deja márgenes de error, y enmarca con corrección un punto de vista canónico.

El género de la postal de paisaje actual mantiene una estrecha relación con las motivaciones que generaron el paisaje en la pintura, como una expresión simbólica de lo patriótico y de ahí deriva como un sucedáneo de consumo masivo. 

La pintura de paisaje forjó en Europa a partir del romanticismo la idea de un territorio que se identifica con una historia, con las mitologías y el simbolismo sagrado de los pueblos, con las lenguas y con las virtudes morales de la patria. Paisaje patriótico donde se reconcentra la nostalgia y una vaga idea de identidad. La fotografía en los Estados Unidos crea la imagen de un paisaje épico y grandioso que refleja el esfuerzo y la conquista del oeste por los pioneros y por un sistema económico basado sobre la fe ciega en el progreso. En el resto de América, en la América Latina entendida como un amplio territorio cultural, el paisaje identifica lo incierto, lo frágil y a menudo el misterio, el secreto de la corporalidad de la naturaleza. No se establece una idea definida de paisaje patriótico o histórico: como alternativa el paisaje despliega un incierto carácter temporal, el tiempo de la luz y de la propia naturaleza, un paisaje cambiante que se va haciendo. 

El género de la postal de paisaje ha banalizado todos estos paisajes “patrióticos” y los ha convertido en mercancías visuales del turismo, tópicos de colores irreales, donde las imágenes parecen el decorado o el escenario de anuncios publicitarios para edenes imposibles: el placer y la felicidad como anestesia de las pasiones.

En Costa Rica las postales más recientes proyectan hábilmente la idea que se desea transmitir al turista, y curiosamente esa imagen coincide con sus expectativas y sus intereses; ecoturismo de parques naturales que busca una naturaleza salvaje y virgen.

Las postales más numerosas, vistosas y visibles “documentan” animales en libertad, tucanes (claro), algún quetzal, cinco o seis especies de ranas diferentes de colores muy llamativos, jaguares, iguanas, lagartos, tortugas y peces bajo el agua cerca de corales… La identidad del país toma cuerpo en los animales y ellos representan los parques naturales nacionales. Son escasas las imágenes de pueblos o ciudades, mientras que son frecuentes en cambio las tomas de detalles de quebradas o fragmentos de los diversos tipos de bosque, otra manera de recurrir a los parques naturales. Luego están las imágenes de los volcanes, especialmente aéreas que permiten contemplar las lagunas de los cráteres o, en el caso del Arenal, tomas nocturnas en las que se parecía la lava que se desliza por las laderas y la erupción. Otras postales recogen algunos árboles emblemáticos como el guanacaste, el cortés amarillo y el roble de sabana, o bien tramos de costa con arrecifes o cocoteros del mejor gusto tropical, desde Cahuita a Corcovado, Osa, pasando por Manuel Antonio o Tortuguero.

Sin embargo son pocas las postales que resumen los paisajes costarricenses que configuran el territorio que se atraviesa y se recorre mientras se vive en él.

Poco a poco fui percibiendo, a través de las imágenes de Carlos Jinesta, que el paisaje costarricense más intenso es el que marcan los árboles y el bosque. La exuberancia de los bosques no permite panoramas sino de manera excepcional, y ocupa el paisaje apropiándose de él: el bosque es el paisaje de Costa Rica. Solo puede experimentarse penetrando en su espesura, recorriendo sus veredas, topándose con su fuerza impenetrable para luego salir de él y apreciar su consistencia mineral y geológica, que recubre las laderas de las montañas o rodea los potreros como una caprichosa formación calcárea, compacta, rocosa.

Los viajeros que a lo largo del XIX y en la estela científica dejada por Humboldt recorren Costa Rica, hablan de la diversidad de los bosques tropicales opuestos a la uniformidad y regularidad de los bosques europeos. Alexander von Frantzius en su relación de viaje a Orosi subraya la exuberancia del bosque pero también anota cómo el paisaje-bosque cambia y aparece de manera diferente cuando se le observa de cerca o de lejos, para concluir: “Solo un corazón y una mente completamente embotados pueden permanecer insensibles a la vista de tales cuadros de la Naturaleza, en los que se manifiestan a la vez una calma sublime y una vida joven y vigorosa.” (2)

La fotografía de Carlos Jinesta refleja ese estado de permanente inquietud frente al paisaje, sucumbiendo a las pasiones que despierta una experiencia profunda del bosque. El bosque desde sus imágenes es una frontera y un cruce entre lo natural y lo humano, su mirada elude la reserva o el paisaje edénico de los parques naturales, para establecerse en los márgenes de una naturaleza que contiene la huella de la presencia humana como rastro del trabajo. Esas huellas son la plantación, el potrero, la trocha, el camino o la cerca viva, que preservan la consistencia de un paisaje que conmueve. Mientras, la presencia humana basada en la actividad y en el trabajo sobre el terreno cumple la función de una mirada que construye y articula esa naturaleza como paisaje.

En este aspecto el paisaje costarricense se asemeja y a la vez se separa del paisaje holandés, pintado profusamente en el siglo VXII como expresión de la lucha del hombre contra la naturaleza hostil, como una construcción del territorio bajo una meteorología cambiante y de luces efímeras. (3) La diferencia principal entre ambos estriba en que en el paisaje costarricense el bosque acoge el trabajo pero en ocasiones también lo impide, y el resultado construye un híbrido dual de naturaleza salvaje y desbocada frente a un trópico humanizado.

El paisaje se construye como un territorio propio de la mirada. Las formas del paisaje se amoldan a las maneras de ver, observar y contemplar, y a los recursos de perspectiva, panorama y vista que la mirada adopta en y frente a la orografía del terreno.

Evidentemente sobre una misma naturaleza puede haber tantos paisajes como miradas que lo contemplan. Sin embargo toda representación de la naturaleza en forma de paisaje presupone una determinada mirada que no es sino una determinada manera de entender cómo son las relaciones corporales: dónde se realizan los subrayados, cómo se manejan los detalles y cuáles son los puntos donde se focaliza la atención. Las estrategias que la mirada establece para construir un paisaje son esencialmente de carácter erótico, y permiten así establecer las maneras de un tacto personal sobre las pieles, pero también sobre los olores y los ritmos.

Pero en la percepción del paisaje no solo interviene la mirada, la experiencia del paisaje se realiza a través de un acto de conquista (visual y física, a la vez), en el recorrido o en el desplazamiento, en el paseo. En definitiva el proceso de construcción de una idea de paisaje, su representación y su conversión en argumento estético, implica una experiencia completa de ocupación y apropiación del territorio, tras la que se empieza a crear un vínculo erótico y simbólico, que es personal pero también colectivo en un sentido histórico y cultural.

Carlos Jinesta construye sus paisajes desde una mirada cuidadosa y atenta sobre árboles individuales, tratados como personajes a los que se retrata con perfiles psicológicos y que permiten apreciar de un modo muy preciso un bosque que es un cuerpo.

Así, Jinesta establece desde una percepción cargada de erotismo una manera de mirar y contemplar el paisaje que se sitúa en el meridiano de sus propias experiencias de paseo y de mirada. El paisaje del bosque es una experiencia personal que la fotografía permite compartir con otros. Mirar adecuadamente el paisaje significa también saber recorrer y reconocer el cuerpo amado, saber apreciar cuáles son sus detalles más esenciales, los que permiten elaborar tanto una metafísica sobre las esencias como una realidad simbólica de fetiches cargados de sensualidad.

Jinesta recorre el bosque, atento a los ritmos que impone la espesura, fijándose en nuevos retoños, contemplando el paso de las horas del trabajo ganadero, observando la manera en que los diversos árboles del bosque se relacionan, respetando o invadiendo el espacio de sus respectivas ramas o raíces. Son todos esos detalles los que le permiten organizar una imagen que expresa un paisaje indefinido e impreciso, pero muy coherente. Su mirada no pretende sorprender con la espectacularidad de la luz, sino conmover desde la humildad de los detalles y los fragmentos del cuerpo-bosque.

Las imágenes son como destellos que tienden a mostrar la profundidad mágica de lo corriente: nunca hay panoramas espectaculares o escenografías insólitas. No son imágenes de postales para turistas ávidos de color. Las imágenes en blanco y negro ponen de relieve las sensaciones de la experiencia del paseo: el viento, su sonido sobre la hierba reseca o en las copas de los árboles, el descanso de la sombra, el olor de la humedad de los troncos o del barro en la trocha…

El bosque de Jinesta es un cuerpo vivo y en transformación. Incluso la huella del hombre está en transformación. Diferentes rastros y huellas se superponen sobre el paisaje como medida de un tiempo y una escala: el camino, la cerca viva y el tendido eléctrico. En los márgenes del bosque, frente a él o dentro de él, aparecen los paisajes.

Paisaje son los doseles de los árboles, sus troncos, el árbol como vértice que corta y domina el panorama desde lo alto de una montaña, pero también la carretera que discurre bajo un túnel tupido de ramas y espesura o el camión que se inserta entre quebradas mientras desciende por una carretera de curvas. 

El paisaje de la postal de tópicos se quiebra para organizar desde otro tipo de mirada un paisaje personal, individual pero susceptible de ser compartido. En esa mirada aparece otra postal que refleja más plenamente la posibilidad de recordar, en un pensamiento sensible hacia los matices incomunicables, expresando la importancia de vivir cada una de las miradas como una experiencia.

Santiago B. Olmo

Notas:

  1. Carlos Luis Fallas en Mamita Yunai describe alusivamente el paisaje como una naturaleza hostil que genera penalidades esfuerzo o duras condiciones de vida para los indígenas y los trabajadores, y en Marcos Ramírez los paisajes son más bien naturaleza que se descubre, su descripción se hace a través de las experiencias perceptivas del personaje central de la novela. En la narrativa de Joaquín Gutiérrez, el paisaje se intuye solo cuando los personajes perciben en sus cuerpos el embate de la naturaleza como un reflejo de su experiencia interior, el paisaje transmite sensaciones. En una obra como Manglar, ambientada en Guanacaste, la descripción del paisaje es solo un esbozo muy impreciso, que casi siempre remite a nombres propios y comunes, pero no penetra en profundidades mayores. Se trata de ejemplos, pero frecuentemente, la literatura costarricense elude hablar del paisaje para hablar más bien de los hombres y las mujeres y de sus trabajos. El paisaje se da por supuesto y por suficientemente conocido, antes de ser contemplado.
  2. Ver Viajes por la República de Costa Rica, selección de Elías Zeledón Cartín, 3 vol., Editorial de la Dirección de Publicaciones del Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes de Costa Rica, San José 1997. Vol II, pág. 31.
  3. Ver W.J.T. Mitchell (ed.), Landscape and Power. Ann Jensen Adams, “Seventeenth Century Landscape Painting”, The University of Chicago Press, 1994.

INFORMACIÓN


ARTISTAS: Carlos Jinesta (Costa Rica)

SALAS: TEOR/ética

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